Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB
Hacia mucho calor esa tarde del 31 de diciembre en la apacible Tres Arroyos. Nada, igualmente, comparado con la temperatura que se vivió en sus calles horas después, cuando la madrugada del primer día de 1990, los vecinos salieron a reclamar por la muerte de una pequeña niña, en medio de la inacción policial, bastante habitual por esos años. Fueron horas de tensión, de patrulleros incendiados, de comisaría destruida, de lágrimas de una sociedad que no entraba en razón por lo que pasaba.
Nair Mostafá salió de su casa minutos antes de las 15 para ir, por un camino que conocía de memoria, hasta la pileta del Club Huracán, para disfrutar un poco del agua como en cada siesta de pueblo. Llevaba puesta su malla rosa para transitar esas diez cuadras que la separaban del lugar en la que la pasaba tan bien. Sin embargo, al club nunca llegó.
En medio de una comunidad que estaba pensando más en el menú de la noche para despedir el año que en otra cosa, su madre, Liliana Fuentes, se alarmó a esos de las 18. Nair no había regresado y por eso fue a buscarla. El club ya estaba cerrado. Fue y vino por diferentes caminos desde allí hasta su casa. Pero nada.
Junto a su pareja fueron a hacer la denuncia a la comisaría primera. “A lo mejor está en casa de una amiguita. En un rato salimos a buscarla. Cualquier cosa le avisamos”, le dijeron tras tomarle los datos. Más allá de la desidia, en esa época era común que los efectivos no se movilizaran rápidamente ante este tipo de denuncias.
La mujer no bajó los brazos, pero su búsqueda chocaba con los “no”. Nadie la había visto, en ninguna casa de alguna amiga estaba. Ya entrada la noche, Liliana fue a una radio local para a través de su micrófono contar lo que pasaba. Muchos vecinos empezaron a colaborar; la Policía, no. Eso lo comprobó la mujer al regresar a la comisaría: no habían movido a un solo oficial para buscar a Nair. Al menos eso le confirmó el efectivo quien la atendió, ya que ninguna autoridad dio la cara.
La mujer volvió a la radio: su relato conmovió a más vecinos e indignó a otros tantos. Mientras algunos tiraban los tradicionales fuegos artificiales, el fuego verdadero, estaba por llegar. Alrededor de las 1.15, el cuerpo de la pequeña, con su malla rosa, apareció cerca de las vías del Ferrocarril Roca, entre altos pastizales, frente a una escuela. Tenía un cordón blanco de su mochila atado alrededor del cuello y manchas de sangre.
La ira de un pueblo

El año pasado, al cumplirse 30 años del crimen, la banda local Lunatikas lanzó “Sólo el sol la vio”, una canción en homenaje a Nair que resume lo sucedido. Además, en la ciudad un mural refleja esos ojos de niña que a cada instante recuerdan los años de impunidad judicial y policial. (DIB) FD